Carta 20 a
Jesús de Nazaret
Domingo V de Cuaresma (6- abril-
2014)
Evangelio: Juan 11,3-45.
S
|
eñor: Esta narración que hace llegar
hasta mí, tu discípulo Juan, me sigue sorprendiendo. Su lectura, produce en mi interior preguntas que me dan
miedo contestar porque, seguramente son inoportunas y, además, están mal
planteadas.
Tú, “amabas a Marta, a su
hermana María y a Lázaro”. Marta y María lo sabían, y por eso, te comunicaron
la noticia de que “tu amigo está enfermo”
Da la impresión de no
preocuparte, cuando te quedaste dos días, en el lugar donde estabas, dando
tiempo a que Lázaro muriese. Es probable
que las palabras “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” las dijese Marta
con acento de reproche
. Y el no salir María a
recibirte, fuese por igual motivo.
La misma
sombra de disgusto parece envolver la respuesta de Marta: “Sé que resucitará en
la resurrección del último día”
El
comentario que suscitó tus lágrimas, parece confirmar el disgusto y la
frustración: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber
impedido que muriera este?”
Señor, aquí no hay teatro: no tengo la menor
duda. Tu llanto era expresión de dolor profundo. Tú sabías lo que tenías que
hacer, y lo hiciste de manera extraordinaria.
. Tus
caminos, no son nuestros caminos; ni tus tiempos, nuestros tiempos.
Algo
semejante me preguntaba en mis meditaciones, al contemplar a tu Madre
traspasada de dolor, junto a tu cruz.
¿Te acuerdas cuando en mi oración te decía:¿Es
que tu Padre no podía haber evitado la tortura sufrida por tu Madre en el
Calvario? ¿Por qué no se lo pediste? Tu
Padre, seguro que te hubiese escuchado
Pero, claro. Es que tú mismo sentiste su abandono. Él te dejó morir en
la cruz.
Son cosas que no caben en
mi cabeza; en nuestras cabezas. Lo nuestro no es la comprensión, sino la
aceptación.
Nuestros caminos, no son
caminos que conducen al dolor, ni al fracaso; sino al gozo y al triunfo más
absolutos. Y tus tiempos, no terminan con la hora de la muerte, sino con la
entrada a la Vida para siempre.
Entretanto, lo nuestro es
seguirte, seguros de que no caminamos equivocados, y creer en ti, seguros de
que nunca lamentaremos haber sido engañados.
Con afecto y adoración.
Bartolomé Menor.
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